Asociación Española de Científicos

Somos AEC

Estatutos

Nuevo texto aprobado por la asamblea general extraordinaria

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Miembros del consejo rector

Presidente: D. Manuel Jordán Vidal
Vicepresidente Primero: D. Enrique J. de la Rosa
Vicepresidenta Segunda: Dña. María del Carmen Risueño Almeida
Vocales: D. Alfredo Tiemblo Ramos, D. Pedro José Sánchez Soto, Dña. Pilar Sánchez Testillano, D. Francisco Pardo Fabregat y D. José Juan López Espín
Secretario General: D. Enrique Ruiz-Ayúcar

Presentación

La AEC contempla a la totalidad de los investigadores científicos españoles y a todas las disciplinas científicas. Las cuestiones y los temas que recaban su atención son preferentemente los que afectan a la totalidad de los científicos o a la condición de científico.

 

Ello no significa que tenga como fin prioritario los intereses profesionales de los científicos en su generalidad, ni mucho menos los intereses y reivindicaciones laborales. Se dirige al científico como protagonista y causa directa e inmediata del hecho científico, es decir, de la Ciencia. En realidad, es la Ciencia nacional lo que contempla esta Asociación, pero no la Ciencia como depósito cumulativo de enunciados y experiencias ya objetivados, contrastados y consagrados, sino la Ciencia como una acción y suceso cotidiano que lleva entre manos el ser humano científico.

 

¿Con qué recursos y facilidades? ¿Con qué orientaciones? ¿Con qué alientos y reconocimientos de la Sociedad y del Estado? ¿Con qué satisfacciones y atractivos? ¿Con qué figura institucional y profesional dentro del concierto social?

 

Es obvio, como consecuencia de lo anterior, que la AEC tiene como primer teatro de observación las políticas científicas de los Gobiernos sucesivos. Obedece con ello a una racionalidad o a una congruencia impuesta por la circunstancia española. Por suerte o por desgracia (más bien lo segundo) la investigación española, especialmente la investigación teórica o básica, es una investigación pública, es decir, financiada por el Estado y ubicada en las dependencias del Estado: Universidades, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Organismos Públicos de Investigación, el Ejército y la Sanidad.

 

Es verdad que la Ciencia, cuanto es más creativa y fruto de un esfuerzo humano poderoso, tiende a ser libre y hasta a desbocarse por insólitas praderas. Y en realidad en esas libertades y desbocamientos es donde se producen los hallazgos que cambian al mundo, pero el conjunto de la Ciencia como actividad nacional está lógicamente muy conformado por los Gobiernos que pagan tanto el gasto de la investigación como el sueldo del investigador.

 

Existe, por tanto, y debe existir, una política científica, pero no hay ninguna garantía de que los Gobiernos acierten en este renglón de su política. Todavía más. Los Gobiernos están espléndidamente capacitados para errar en estas materias, porque los tiempos políticos (los cuatro años) no coinciden con los tiempos científicos, y a ningún Gobierno le interesa hacer esfuerzos extraordinarios cuyos frutos habrán de notarse más allá de los cuatro años, es decir, cuando ya se hayan celebrado las elecciones. Y por suerte o por desgracia (más bien lo segundo) la Ciencia española requiere esfuerzos extraordinarios.

En segundo lugar, es preciso actuar sobre la propia Sociedad que es, en definitiva, considerando fundamental en el proceso de la decisión política. Los políticos intentan servir a la voluntad de la Sociedad no sólo por respeto a la soberanía del pueblo que los ha elegido, sino por halago al pueblo que habrá de elegirlos. No hace mucho se excusaba un ministro del ramo de no promover la Ciencia básica, «porque la Ciencia básica no vende». Pues bien, la Sociedad española tiene dos problemas de difícil solución. El primero es el no valorar debidamente la Ciencia, porque la nuestra es una Sociedad sin la debida cultura científica. El segundo es que las personas con capacidad decisoria – políticos, empresarios, economistas del Estado, banqueros – aun sabiendo que la Ciencia es de capital importancia en el mundo moderno, creen que hoy por hoy de los científicos españoles no se pueden esperar grandes cosas.

 

Respecto al primer problema, la AEC trata de cooperar en la tarea de fomentar la cultura científica de los españoles, ya sea sugiriendo pertinentes reformas en los planes de estudio de la enseñanza española – recientemente se ha comprobado el alarmante nivel matemático de nuestros estudiantes o su deficiente comprensión de la lectura – ya también impartiendo clases y conferencias de carácter científico.

 

Respecto al segundo problema, la AEC se propone dar a conocer la realidad científico-tecnológica española, y muy especialmente el panorama alentador que componen cerca de dos mil empresas españolas que hacen investigación puntera en el mundo y en temas tan exquisitos como la astrofísica, la aviónica, la electrónica, etc. Todavía es poco para lo que correspondería a la demografía y a la economía española, pero es más que suficiente para mostrar que el genio español no está reñido con la creatividad científica. Y en todo caso es bastante evidente que la Ciencia española da mucho más que lo que recibe.

 

La AEC publica la revista Acta Científica y Tecnológica, que ofrece contenidos críticos de pensamiento y política científica, artículos de tema científico accesibles para no especialistas, e informes sobre empresas españolas que hacen relevante tecnología e innovación. En su temática científica entra de manera permanente y muy cuidada la medicina y las ciencias de la salud.

 

Anualmente, la AEC concede Placas de Honor para distinguir a investigadores emergentes o a otros que, aun siendo ya notables en sus realizaciones, no han recibido el debido reconocimiento. Asimismo, reciben placas de honor empresas que hacen investigación científico-tecnológica e innovación.

 

La AEC coordina asesorías y acciones investigadoras que se solicitan a sus miembros. Y entra dentro de sus perspectivas instrumentar ayudas con base científica a países menos desarrollados.

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